Dijo un día una hoja blanca de papel: “Me he formado blanca, nítida, inmaculada y pura, y así seré hasta la eternidad. Prefiero quemarme y volverme ceniza blanca antes de permitir que me mancille la negrura y me macule la suciedad”.
Oyó un tintero aquellas razones y se rió en su negro corazón, pero no se atrevió a tocar aquella hoja blanca de papel.
La oyeron también las plumas y tampoco la tocaron. Y así permaneció la hoja de papel blanca, nítida, cual la nieve... pero vacía.
(Kahlil Gibrán)
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